Palabras y trazados


        Te dije que no quería nada por Navidad, que me contentaba con lo de siempre y lo de siempre eras tú. Me bastaba tu sonrisa, tus gestos, tus te quiero y tus besos. ¿Dónde estás? Te fuiste lejos, nunca quisiste decirme dónde. Una vez me dijiste que nunca abandonarías este mundo porque te parece muy bello. Quizás te perdiste por las líneas de mis escritos, ahogado en un charco de tinta o te adentraste en los cuadros que pintabas. ¿Dónde te vi por última vez? Bailando bajo la lluvia, con las zapatillas mojadas, los papeles destrozados, el pincel seco de pintura y la pluma con falta de tinta.
  La poesía se escapaba de tus dibujos, tus dedos sobre mi espalda escribían los versos de amor más bonitos jamás dichos que eran un secreto entre tú y yo. Te describí de todas las maneras, me gustaste en diminutivo y en superlativo y tú me dibujaste desnuda y con ropa, de cuerpo entero y retrato. Recuerdo que nos gustaba soñar más allá de lo permitido, moldear la realidad a nuestro antojo con las manos, las letras y la pintura. ¿Dónde estás, joder?  Ya no te encuentro, ni en presente ni en futuro. Me niego a pensar que eres pasado, más perfecto que imperfecto.  
  Si cierro los ojos casi puedo verte. Si cierro los ojos casi te imagino a mi lado pintándome de azul, porque siempre decías que era tu cielo. ¿Es allí dónde estás? Pintando nubes blancas y grises. Desde que te fuiste no ha dejado de llover o por lo menos para mí. En mis ojos cae siempre una llovizna suave o a lo mejor son mis lágrimas. No lo sé. El mundo que tanto te gustaba lo pintaste de mil maneras, a veces policromado, otras veces blanco y negro. Pintabas el lienzo pero también mi vida. Los lunes los pintabas de rosa y el resto de la semana de verde. La Navidad era tu época favorita del año y no era blanca, era de mil colores y formas.
  Te dije que no quería nada por Navidad y aun así cruzaste la calle mientras llovía a cantaros para llegar a la otra acera donde habías visto unos pendientes que, según tú, hacían juego con mis ojos. Nadie vio el coche hasta que se confundió con tu figura. El ruido y la imagen se me clavaron  en el alma. Ya no sabía si lo que me caía por la cara era la lluvia o las lágrimas, quizás las palabras que nunca te dije. Los bocetos de tus dibujos rotos sobre el asfalto, el pincel seco de pintura pero mojado de agua y la vida que se te escapaba.
  Sé que sigues por aquí, escondido de alguna manera, y ahora lo que quiero por Navidad es encontrarte por eso sigo buscándote entre mis escritos, intentando recordarte en la sencillez de una oración y en la complejidad de una palabra.

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